La mujer que está sentada allí tiene noventa años, cinco más que Víctor pero es dificil que se hayan visto nunca aunque Víctor creció y fue a la escuela en el poblado de Lonquen y ella vivía a unos pocos kilometros, en Isla de Maipo, pero en la zona rural.
Qué los une? Bueno, los unió la canción de Víctor que cantó con empeño y genialidad a campesinos pobres, solidarios, buenos cristianos y comprometidos políticamente con la lucha por la reforma agraria y la revolución que encarnaba Salvador Allende y la Unidad Popular.
Campesinos como su marido, Sergio Maureira Lillo, que en 1973 tenía 46 años, y su hijo José 26, Rodolfo 22, Segundo 24 y Sergio 27. Todos ellos fueron capturados por el Ejercito junto a otros diez compañeros campesinos, torturados, asesinados y tirados a un horno de cal, los hornos de Lonquen donde ahora estamos. En el juicio se comprobó que algunos de ellos no estaban ni muertos cuando fueron tirados al horno de cal.
La que ahora abraza a Purisima Elena Muñoz de Maureira, esposa y madre de cinco ejecutados políticos de Pinochet es la hija menor de Víctor Jara, Amanda, la que lleva el nombre de la mamá del padre y única jefa de la familia y el nombre de una de las canciones más populares y bellas de su papá: Te recuerdo Amanda.
Amanda era muy chiquita cuando su papá fue apresado, torturado y asesinado en el Estado Chile, perteneciente entonces a la Universidad Técnica donde Víctor era docente y junto con muchos otros fueron apresados en los primeros días del golpe de setiembre de 1973. Allí Víctor ganó su primer premio por la creación artística: fue por Plegaria de un labrador, más que un himno para la generación de los 70.
“Levántate y mírate las manos para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre hoy es el tiempo que puede ser mañana.”
Ahora estamos en los cerros de Lonquen donde alguna vez estaban los hornos de Lonquen y donde en 1978 encontraron los restos de los quince campesinos considerados “desaparecidos” por el movimiento popular e “inexistentes” por la dictadura. Como Santiago Maldonado cuya foto se levanta aquí una y otra vez. Y aquí en medio de los cerros, en medio de la nada, en un silencio atronador y el vuelo rasante de los pajaros un cantante de Lonquen, más joven que el propio Víctor Jara de la foto, el eterno, empuña la guitarra y comienza a cantar la misma Plegaria. Levantate y mirate las manos, para crecer estréchala a tu hermano.
Y nos estrechamos con Alicia Lira de la Agrupación de Familiares Ejecutados Políticos, con Patricio Vejar de las Comunidades de Base Martin Luther King y con el Beto de la Corporación Villa Grimaldi, y con Andrea de la Fundación Víctor Jara y con Carlos el nieto de Purisima. Y hasta con un monje budista japonés que vino a caminar por la paz en estas montañas, en honor de Víctor Jara.
Usa la misma tunica amarilla que usaban sus hermanos que se inmolaban en Viet Nam en resistencia al imperialismo yankee quemandose a lo bonzo. Todo vuelve, todo vuelve?
Los que pueden caminaran un largo trecho de los hornos de Lonquén al estadio donde mataron a Víctor que hoy lleva su nombre.
A la nochecita, se encienden las luces y prueban el sonido. Alicia me sienta al lado de Joan Jara, de Amanda y del monje budista Gioro Nagase. Joan también tiene noventa años, fue la compañera de Víctor y madre de sus hijas. Cuando Víctor la conoció era bailarina clásica, inglesa. Hermosa como ahora. Sus ojos casi no ven pero su mirada es pura y escucha a sus viejos amigos murmurando cada letra. Cuando canta Violeta Parra desde el documental que proyectan alguna lagrima se le escapa pero está aquí. En este mundo y por eso toma la foto de Santiago Maldonado y pide por Víctor, o sea por Santiago.
Los que cantan, los Illapu, eran jovenes cuando Víctor era joven, y cantaban lo mismo que él. Hace cuarenta y seis años que cantan y cantan lo mismo. A la vida, a los campesinos, a los mapuches, al obrero, a la revolución. Bueno, no cantan lo mismo pero creo que si Víctor viviera cantaría más o menos lo mismo.
Su recital es largo, completo, musicalmente precioso y políticamente impecable. Demuelen uno a uno los mitos del progresismo chileno entregado al neoliberalismo. Cúanto dura la transición a la democracia si cada vez estamos más atrás? La ley antiterrorista que aplican a los mapuches es terrorista. Pregunten a los militares que hicieron en La Moneda.
Y canta Víctor, De nuevo quieren manchar mi tierra con sangre obrera los que hablan de libertad y tienen las manos negras. Los que quieren dividir a la madre de sus hijos y quieren reconstruir la cruz que arrastrara Cristo. Quieren ocultar la infamia que legaron desde siglos, pero el color de asesinos no borrarán de su cara.
Y el estadio lleno de “cabros chicos” que saltan y gritan como en un recital de rock pero no. Este no es un recital cualquiera. Aquí se juega la memoria y el futuro. En este pedacito de etica que sostiene la memoria está el futuro de Chile. La suerte de las luchas por la democracia verdadera y por el respeto a la voluntad de los pueblos originarios. Y Víctor está con ellos. Con su guitarra en su brazo en alto y su sonrisa invencible